sábado, 23 de octubre de 2010

El pináculo del Templo de Jerusalén

“Luego, el diablo lo llevó a la Ciudad Santa y lo puso sobre el pináculo del Templo. Y le dijo: Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo. Pues escrito está: Dará órdenes acerca de ti a sus ángeles, para que te lleven en sus manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra” (Mt 4, 5-6).
El pináculo del templo al parecer era uno de los cuatro ángulos de los pórticos del templo, sobre el torrente de Cedrón. Tenía uno 180 metros de altura. Flavio Josefo decía que en ese lugar había peligro de sufrir vértigo mirando desde arriba hacia el torrente.
El pináculo del templo es considerado como un lugar especialmente alto. Desde ahí se ve abajo el torrente cedrón y el monte de los olivos. La vista es preciosa. También llama la atención cuando se ve desde Getsemaní y avanzando desde el torrente cedrón. Se ve al final de la imponente muralla del Templo. Impresiona más al considerar ese hecho que hemos leído en el Evangelio. Ahí llevó el diablo al Señor para tentarle. Se entiende por qué ahí. Le tento con lanzarse sin miedo desde esa gran altura pues sus ángeles le recogerían.
También sabemos que el apostol Santiago, el menor, obispo de Jerusalén, murió despeñado desde ese lugar. Flavio Josefo cuenta el asesinato por cuestiones religiosas de Santiago, el hermano del Señor Jesús, defensor de la Ley y cabeza de la iglesia de esa ciudad. Aunque dice que fue apedreado, Eusebio de Cesarea en su “Historia Eclesiástica” cita a Clemente quien dice que fue arrojado desde el pináculo del templo, y luego a Hegésipo, que combina ambas versiones. Se estima que ocurrió en el año 62. La práctica era despeñar desde el pináculo y, después, si seguía vivo apedrearlo hasta la muerte. Así parece ser que sucedión con el apostol Santiago. Sobreviviendo a la caida rezaba de rodillas pidiendo perdón para los que le ajusticiaban.
Por todo esto el pináculo del templo me parece un lugar especial. Al verlo podemos pedir por la conversión de todos los hombres, y también para que no caigamos en las tentaciones del demonio que nos apartan de adorar al Señor nuestro Dios.