sábado, 11 de febrero de 2012

Dominus flevit



"Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella, diciendo: «¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora ha quedado oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos te rodearán de empalizadas, te cercarán y te apretarán por todas partes, y te estrellarán contra el suelo a ti y a tus hijos que estén dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de tu visita.»" (Lucas 19,41-44).
El recuerdo del Dominus Flevit a mitad altura, en las faldas del monte de los olivos, aparece por primera vez entre los siglos XIII-XIV. Se puede considerar como algo que sigue aquella tradición antigua. Había una piedra en el centro de un campo como señal de que en el siglo XVI vio surgir allí una mezquita denominada El Mansuryeh, restaurada recientemente y situada al norte de la propiedad franciscana.

“¡Ciudad de Dios, qué dulce es contemplar tu belleza desde el Monte de los Olivos!” Así escribía el patriarca de Jerusalén, Sofronio, (634-38) en sus famosas Odas sobre los Lugares Santos. Las palabras de Jesús sobre el final de Jerusalén y del mundo (Mt 24; Mc 13; Lc 21) eran consideradas por la Iglesia antigua como misterios de salvación revelados a los Apóstoles y a los más íntimos entre sus amigos; en cuanto a misterios, tenían su celebración litúrgica, al principio en una gruta situada en la parte alta del monte y después en la basílica construida por Constantino, según nos cuenta Eusebio de Cesarea a principios del s. IV. La celebración tenía lugar el martes de la Semana Santa. Lo contaba la peregrina Egeria, en el siglo IV: “todos en aquella hora de la media noche van a la iglesia que se encuentra en el monte del Eleona (de los Olivos). Llegados a aquella iglesia, el obispo entra en aquella gruta en la cual Cristo solían instruir a sus discípulos, toma el libro de los Evangelios y permaneciendo en pie, el mismo obispo lee las palabras del Señor…”.

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