sábado, 5 de abril de 2014

Via Dolorosa II

Patio de la escuela islámica de El-Omariye. Firma: Israel Tourism (Flickr).I estación: condenan a muerte a Jesús

Cada viernes, a las tres de la tarde, se celebra en Jerusalén una procesión que recorre la Vía Dolorosa. La encabeza el Custodio de Tierra Santa o uno que le representa, acompañado por numerosos peregrinos, fieles residentes en Jerusalén y frailes franciscanos. El punto de partida es el patio de la escuela islámica de El-Omariye, situada en el ángulo noroccidental de la explanada del Templo. Puesto que en el siglo I se elevaba allí la torre Antonia, que acogía a la guarnición romana acuartelada en la ciudad, tradicionalmente se identifica con el pretorio donde se realizó el juicio de Jesús ante el gobernador Poncio Pilato.

Está para pronunciarse la sentencia. Pilatos se burla: ecce rex vester! (Jn 19, 14). Los pontífices responden enfurecidos: no tenemos rey, sino a César (Jn 19, 15). ¡Señor!, ¿dónde están tus amigos?, ¿dónde, tus súbditos? Te han dejado. Es una desbandada que dura veinte siglos... Huimos todos de la Cruz, de tu Santa Cruz. Sangre, congoja, soledad y una insaciable hambre de almas... son el cortejo de tu realeza (S. Josemaría Escrivá, Vía Crucis, I estación, punto 4).

El arco del Ecce homo atraviesa la Vía Dolorosa y es en realidad el vano central de un arco de triunfo. Firma: Benjamin E. Wood (Flickr).II estación: Jesús carga con la cruz

Saliendo de la escuela y atravesando la Vía Dolorosa, se llega al convento franciscano de la Flagelación. Se trata de un complejo construido en torno a un amplio claustro, con el Studium Biblicum Franciscanum en el frente y dos iglesias a los lados: a la derecha, la de la Flagelación, reconstruida en 1927 sobre las ruinas de otra del siglo XII; y a la izquierda, la de la Condenación, levantada en 1903. En el muro exterior de esta iglesia, en la calle, está señalada la segunda estación: y, cargando con la cruz, salió hacia el lugar que se llama la Calavera, en hebreo Gólgota (Jn 19, 17).

Como para una fiesta, han preparado un cortejo, una larga procesión. Los jueces quieren saborear su victoria con un suplicio lento y despiadado. Jesús no encontrará la muerte en un abrir y cerrar de ojos... Le es dado un tiempo para que el dolor y el amor se sigan identificando con la Voluntad amabilísima del Padre (Vía Crucis, II estación, punto 2).

Un poco más adelante, cruza la Vía Dolorosa un arco de medio punto con un corredor construido encima. Se conoce popularmente como el arco del Ecce homo, y recuerda el lugar donde Pilato presentó a Jesús al pueblo después de la flagelación y la coronación de espinas. En realidad, es el vano central de un arco de triunfo del que se conserva también la puerta del lado norte en el interior del convento de las Damas de Sión: hace las veces de retablo en la basílica del Ecce homo, terminada en el siglo XIX. 

Del mismo modo que ese elemento se consideraba perteneciente a la torre Antonia, varios enlosados de piedra en la misma zona solían identificarse con el lugar llamado Litóstrotos (Jn 19, 13): sobre todo, son visibles en la iglesia de la Condenación y el convento de las Damas de Sión. En efecto, tanto el arco como los pavimentos son de origen romano, pero habría que datarlos algo más tarde, en la época de Adriano.
Cuando se recorre la Vía Dolorosa, al pasar por este punto viene a la mente lo mucho que Cristo había sufrido ya antes de cargar con la cruz: Pilatos, deseando contentar al pueblo, les suelta a Barrabás y ordena que azoten a Jesús.

Atado a la columna. Lleno de llagas. Suena el golpear de las correas sobre su carne rota, sobre su carne sin mancilla, que padece por tu carne pecadora. —Más golpes. Más saña. Más aún... Es el colmo de la humana crueldad. Al cabo, rendidos, desatan a Jesús. —Y el cuerpo de Cristo se rinde también al dolor y cae, como un gusano, tronchado y medio muerto (Santo Rosario, II misterio doloroso).

Después, llevan a mi Señor al patio del pretorio, y allí convocan a toda la cohorte (Mc 15, 16) —Los soldadotes brutales han desnudado sus carnes purísimas. —Con un trapo de púrpura, viejo y sucio, cubren a Jesús. —Una caña, por cetro, en su mano derecha...
La corona de espinas, hincada a martillazos, le hace Rey de burlas... Ave Rex judæorum! —Dios te salve, Rey de los judíos (Mc 15, 18). Y, a golpes, hieren su cabeza. Y le abofetean... y le escupen. Coronado de espinas y vestido con andrajos de púrpura, Jesús es mostrado al pueblo judío: Ecce homo! —Ved aquí al hombre (Ibid., III misterio doloroso).

El corazón se estremece al contemplar la Santísima Humanidad del Señor hecha una llaga (...). Mira a Jesús. Cada desgarrón es un reproche; cada azote, un motivo de dolor por tus ofensas y las mías (Vía Crucis, I estación, punto 5).

III estación: cae Jesús por primera vez

La Vía Dolorosa continúa en ligero descenso hasta cruzarse con una calle que viene de la puerta de Damasco; se llama El-Wad —el valle— y sigue el antiguo lecho del torrente Tiropeón. Girando a la izquierda, casi en la esquina, se encuentra una pequeña capilla, perteneciente al Patriarcado Armenio católico, con la tercera estación.

El cuerpo extenuado de Jesús se tambalea ya bajo la Cruz enorme. De su Corazón amorosísimo llega apenas un aliento de vida a sus miembros llagados.

A derecha e izquierda, el Señor ve esa multitud que anda como ovejas sin pastor. Podría llamarlos uno a uno, por sus nombres, por nuestros nombres. Ahí están los que se alimentaron en la multiplicación de los panes y de los peces, los que fueron curados de sus dolencias, los que adoctrinó junto al lago y en la montaña y en los pórticos del Templo. Un dolor agudo penetra en el alma de Jesús, y el Señor se desploma extenuado.

Tú y yo no podemos decir nada: ahora ya sabemos por qué pesa tanto la Cruz de Jesús. Y lloramos nuestras miserias y también la ingratitud tremenda del corazón humano. Del fondo del alma nace un acto de contrición verdadera, que nos saca de la postración del pecado. Jesús ha caído para que nosotros nos levantemos: una vez y siempre (Ibid., III estación ).


La tercera estación y la cuarta están pegadas y pertenecen al Patriarcado Armenio católico. Firma: J. Paniello.IV estación: Jesús encuentra a María, su Santísima Madre


La tercera estación y la cuarta están pegadas y pertenecen al Patriarcado Armenio católico.

Avanzando pocos metros, se llega a la cuarta estación, donde hay una iglesia, también de los armenios, en cuya cripta hay adoración perpetua al Santísimo Sacramento. Nuestra Señora no abandona a su Hijo durante la Pasión; de hecho, la veremos más adelante en el Gólgota.

Apenas se ha levantado Jesús de su primera caída, cuando encuentra a su Madre Santísima, junto al camino por donde Él pasa.

Con inmenso amor mira María a Jesús, y Jesús mira a su Madre; sus ojos se encuentran, y cada corazón vierte en el otro su propio dolor (...). En la oscura soledad de la Pasión, Nuestra Señora ofrece a su Hijo un bálsamo de ternura, de unión, de fidelidad; un sí a la voluntad divina.

De la mano de María, tú y yo queremos también consolar a Jesús, aceptando siempre y en todo la Voluntad de su Padre, de nuestro Padre (Ibid., IV estación ).

No hay comentarios: